Y cuando despertó recordó que era un partido de izquierda. Al final la designación de Clara Brugada como candidata de la Ciudad de México por parte de Morena fue una decisión política. Ya sea que se le mire con el criterio “democrático”, esto es, reconocer la voluntad popular expresada en la encuesta, o el criterio de paridad de género, Omar García Harfuch tendría que haber sido el abanderado. 40.5 por ciento de los capitalinos consultados lo eligió contra 27.7 por ciento que optó por Brugada; es decir, una proporción de 2 de cada 3 que votaron por ellos. Tampoco la llamada cuota de género lo habría desplazado, toda vez que de las nueve entidades en disputa fue el hombre con mayor votación, salvo el caso de Tabasco, en el que Javier May superó el 50 por ciento de los encuestados. Los 13 puntos con los que Harfuch ganó a Clara son la tercera mayor distancia sobre la “perseguidora” en los nueve casos disputados. Si sólo iban a quedar cuatro hombres no hay manera de entender, por razones de paridad, que Eduardo Ramírez en Chiapas sea abanderado con una ventaja de apenas 1.5 puntos, que no supera ni siquiera el empate técnico o el llamado margen de error sobre su contendiente, Sasil de León.
Así que llamemos las cosas por su nombre. La paridad de género fue una coartada para hacer un ajuste político en el caso de la Ciudad de México. ¿Enmendar un error? ¿Un ajuste a la congruencia ideológica? ¿Un reconocimiento a los militantes del partido? ¿Un llamado de atención desde Palacio Nacional? Usted escoja. Probablemente una mezcla de todos ellos. El procedimiento pudo ser desaseado, las implicaciones son interesantes y abren oportunidades.
Primero, sobre la torpeza del procedimiento. Pretenderán racionalizar la decisión afirmando que Brugada fue la mujer que obtuvo el más alto porcentaje en la intención de voto, con su 27.7 por ciento. Pero es un argumento artificioso, porque se supone que se estaba midiendo la competitividad. Brugada competía contra Harfuch por los votantes de la capital, no contra Sasil de León por los votantes de Chiapas. En realidad, Sasil era más competitiva en su estado que Brugada en el suyo. Pero incluso asumiendo que esa era la “salida” para imponer a Clara, resulta inexplicable la lógica manejada a lo largo de toda la jornada: un cuadro resumen que comparaba primero y segundo lugar en cada entidad, para mostrar la diferencia. Un formato que llevaba a una conclusión inevitable: con sus 13 puntos de ventaja, Harfuch tendría que ser el candidato de la Ciudad de México. Se empeñaron en mostrar un 2+2 y al final intentan convencer que el resultado es un 3. Si tenían las encuestas desde hace 10 días y la necesidad de hacer ganadora a Brugada, bastaba hacer un cuadro concentrador con el porcentaje de votos obtenidos por la mujer puntera en cada entidad. Es decir, una lista con las nueve mujeres mejor colocadas en cada entidad y su porcentaje de votos. Brugada la habría encabezado y habrían obtenido las mismas cinco plazas sin necesidad de insultar su propia inteligencia. Un despliegue de transparencia para al final terminar sacándose un inexplicable as de la manga. Estos comentarios no se derivan de una inclinación personal por un candidato u otro, que la tengo desde luego: no conozco a Sasil, por ejemplo, pero genera poco entusiasmo una trayectoria que pasó por el PES y el PVEM. Prefiero desde luego a una candidata como Clara. El problema es el procedimiento, indigno de ellos mismos y de las banderas que representan.
Concuerdo con la opinión escuchada a Viri Ríos, quien ha rechazado que todo esto remite a una pugna entre Sheinbaum y López Obrador, y que este decidió corregirle la plana o, como dicen sus críticos, darle un coscorrón. Un argumento de la oposición muy conveniente de cara al debilitamiento de la candidata en la campaña que se nos viene. En realidad, son decisiones que estarían tomando juntos. Es absurdo creer que Claudia decidió convertir a Harfuch en candidato y probable ganador en la Ciudad de México en contra de la voluntad del líder del movimiento. Y de la misma forma, es infantil creer que ahora López Obrador impuso el triunfo de Brugada porque “ella era su candidata”. No se puede acusar simultáneamente a Claudia de ser títere (le tumbaron a su candidato) y de tener la autonomía absoluta para designar a quien quiera de manera exclusiva. Ambos llegaron a una conclusión al dejar competir a Harfuch, y ambos llegaron a una conclusión al rectificar en favor de Brugada.
La pregunta es qué decidió este cambio y la respuesta es lo más interesante porque toca un tema de fondo. La “corrección” fue provocada por la reacción de un núcleo importante de cuadros y militantes que expusieron una preocupación genuina sobre la congruencia ideológica del movimiento. Una reacción mucho más enérgica de lo que se había anticipado. Entregar la joya de la corona, la Ciudad de México, a un recién llegado, sin trayectoria en el partido, era, a juicio de muchos, una manera de perder la ciudad aun cuando se ganaran los votos. Sería demagógico afirmar que el “pueblo” está con Brugada y los sectores medios y fifís están con Harfuch, por más que resulte romántico, porque las encuestas son levantadas a partir de muestras en las que predominan los sectores populares. El grueso de hombres y mujeres en la calle prefirió a Harfuch.
No, el asunto remite a un tema que el enorme carisma y peso político de López Obrador ha postergado hasta ahora: el difícil equilibrio que toda organización debe encontrar entre las necesidades de la real politik (ganar votaciones en urnas y escaños) y el precio a pagar por el desdibujamiento de los ideales. La 4T ha avanzado gracias a muchos factores destacables y meritorios, pero también a través de alianzas vergonzantes (¿hay algo más contrario a la visión de país de la izquierda que los niños verdes del PVEM?), de chapulines del PRI convertidos en operadores políticos con todos los vicios que esto conlleva, de respaldos incondicionales a los generales, pagos descarados con embajadas a gobernadores corruptos y a un largo etcétera.
Gracias a la fuerza política alcanzada se ha logrado impulsar una parte sustancial de la agenda de cambios promovida por el movimiento obradorista en favor de los desprotegidos. Pero ciertamente ha habido un costo en términos de debilitamiento de convicciones y actitudes. ¿En qué momento ganar a cualquier costo impone una factura incosteable? ¿en qué punto los medios en los que se incurre para alcanzar los nobles fines intoxican la razón de ser una organización política? ¿se pueden cambiar los valores de una sociedad sacrificando valores en aras del poder político? ¿Podemos ya prescindir de los Cuauhtémoc Blanco y gobernadores impresentables en San Luis Potosí, aunque se obtengan menos votos o incluso se pierda?
Los reacomodos frente al inminente retiro de López Obrador ponen sobre la mesa algunos de estos temas, particularmente en una 4T de segundos pisos, como dice Sheinbaum. Las diferencias entre el obradorismo y la izquierda hasta ahora no han importado, pero no son lo mismo o no siempre. La transición misma obliga a ajustar estrategias. ¿En qué momento la urgencia debe hacer un sitio a lo importante? Desaseado como fue, lo de Brugada es un paso en esa dirección. Pero, francamente, sí podría haberse hecho mejor. @jorgezepedap
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