Fernando Vázquez Rigada
La erosión del centro político es una de las tendencias más graves de estos tiempos que traerá consecuencias duraderas. Su origen está en el descontento social con respecto a la representación política: la certeza de que las elites tienen atrapadas la toma de decisiones y tuercen las reglas en su favor. Este descontento proviene del fracaso de la apertura global para perfeccionar la democracia y procurar mayor igualdad. Se generó riqueza como nunca —propulsada por la revolución del talento—pero no se distribuyó. Los salarios se estancaron. Las clases medias perdieron poder adquisitivo. Se creó una casta de ultra ricos que terminó por capturar decenas de instituciones. Esa realidad abrió la puerta de entrada a los populismos que han devorado la convivencia. Los hay de derechas e izquierdas, pues no poseen ideología, sino una retórica común y una operación política similar: la división profunda de la sociedad. La inestabilidad trajo de vuelta también a los hombres duros: nacionalistas, autoritarios, excluyentes. En este desánimo aparecen cada vez menos espacios para la política de la concordia y la moderación. El centro político se está erosionando y parece en peligro de extinción. Los políticos de centro son bichos raros, insulsos, sin atractivo. En medio de la gritería, nadie escucha al que clama por diálogo. A quien quiere unir se le desprecia. La gente no quiere justicia: quiere venganza. En todo el planeta se padece la retirada de las democracias: muchas han colapsado. Otras han perdido su calidad. La principal víctima de este proceso ha sido la convivencia. El mundo colapsa: vemos el retorno de la guerra, tentaciones expansionistas, el terrorismo desatado que muestra su rostro más vil y cruel. Legiones de migrantes que impactan de frente la estabilidad de los países desarrollados. La victoria, como en la primera vuelta en Guatemala, de los votos nulos. La intolerancia se apodera de la vida pública internacional. Tendremos que hacer una reconstrucción de la política para aproximarla otra vez a la necesidad social. Reformular la democracia para que la representación política sea genuina y eficiente. Reimaginar al Estado para dotarlo de nuevos instrumentos que le permitan recuperar su capacidad de gobernar. Tarde o temprano resurgirán los liderazgos inspiradores, respetuosos, propositivos que vuelvan a inyectar fe y energía en las libertades. Mientras tanto, seguiremos viviendo tiempos oscuros. Terriblemente oscuros. @fvazquezrig