Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard tienen, al menos, una gran cualidad: son valientes.
Hay que ser valiente para asumir la Presidencia de un país con los problemas de México, unos a la vista y otros por estallar.
Descomposición, es la palabra.
1.- Descomposición institucional es lo que hemos presenciado, y ahora se agudiza con el pleito del Poder Ejecutivo contra el Poder Judicial.
A la golpiza contra la Corte se sumó el Poder Legislativo con la extinción de fideicomisos del Poder Judicial, y a la ministra presidenta la retaron a ir al Senado para luego rechazar su presencia en comisiones.
La Corte y el Poder Judicial en su conjunto están siendo agredidos por el Ejecutivo y la mayoría partidista en el Legislativo como no ha sucedido en un país democrático.
Xóchitl, Sheinbaum o Ebrard asumirán la Presidencia de una república que tiene a sus tres poderes enfrentados.
Del conocimiento público son las agresiones o captura de otras instituciones de la República de parte del Ejecutivo.
Ayer nos despertamos con la noticia de que el Consejo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en pleno, presentó su renuncia irrevocable.
El Ejecutivo y el Legislativo acabaron con la CNDH, como acabaron con otros organismos que dejaron de ser autónomos y por tanto carecen de relevancia.
2.- Descomposición social por el terreno que han ganado grupos criminales ante la ausencia, indiferencia o complicidad del Estado.
Ya llegamos a 170 mil homicidios dolosos en lo que va del sexenio, y cada día vemos matanzas que estremecen de dolor, rabia e impotencia.
Ayer nos despertamos con otra noticia: el asesinato de 13 policías en Guerrero. Fueron emboscados, mataron a unos en la refriega, se llevaron prisioneros a otros, los torturaron y los mataron.
Los policías son personas que toman ese trabajo por necesidad, a falta de mejor educación que les permita aspirar a otro tipo de empleos. Tienen hijos, familia, ilusiones.
La fiscalía de Guerrero ordenó a su personal administrativo en Tierra Caliente no ir a trabajar, por la violencia.
No es sólo Guerrero, sino amplias zonas del país que están a merced de criminales empoderados que, por ausencia de Estado, ya tienen base social. Ellos deciden autoridades y candidaturas.
Reparten despensas, juguetes, actúan en las elecciones, son vitoreados cuando desplazan a otros cárteles. Y si los policías locales les estorban, los matan.
Y al Ejército, nuestra última línea de defensa, actualmente lo tienen en los negocios que son propios de las empresas privadas.
Cuesta arriba es la tarea para Xóchitl, Sheinbaum o Ebrard. Tienen que desmontar la simbiosis delictivo-empresarial-política que se ha tejido en el país.
¿Cómo se hace eso? Ojalá, quien gane de ellos tres, lo tenga claro.
3.- Hay una descomposición económica a la vista. Sucede siempre que el gobierno gasta más de lo que tiene.
Para el próximo año se aprobó en el Legislativo un déficit de 5.4 puntos del PIB. El más elevado desde 1988.
¿Cómo se paga eso? Con deuda: 1.9 billones de pesos para el próximo año.
El gobierno no se endeudó para salvar vidas ni empresas durante la pandemia, pero lo hace ahora para culminar obras de dudosa rentabilidad y reparto de dinero en año electoral.
Le bajó el impuesto a Pemex (que es el dinero que va a la Federación) y el subsidio a gasolinas aumentó a 400 mil millones de pesos en 2022.
Con dinero público se sigue subsidiando el uso de energías fósiles mientras perdemos hasta la camisa en refinación de petróleo: 35 dólares por barril refinado, es lo que pierde Pemex Refinación (TRI), sostiene el doctor Francisco Barnés.
Y la semana pasada se anunció que el próximo año dejaremos de exportar petróleo (donde se gana dinero), para destinarlo a refinación (actividad en la que se pierde dinero).
Se gastaron los fondos para emergencias (Feip). Se quedaron con el dinero de los fideicomisos.
Ronda 50 por ciento del PIB la deuda externa, que es superior al 44.5 en que la dejaron los gobiernos populistas de los años 70.
Con algún hecho inesperado (de esos que siempre suceden) que se nos atraviese en el contexto internacional, Dios nos agarre confesados.
“Es un porcentaje manejable 50 por ciento del PIB en deuda”, se dice. Sí, hasta que se vuelve inmanejable. Sobre todo en México, donde la recaudación es apenas de 14 por ciento del PIB, y con la economía informal en apogeo.
Deuda externa era la losa que tenía encima México en 1988, pues consumía los recursos e impedía el crecimiento de la economía.
Pedro Aspe y José Ángel Gurría fueron los designados por el entonces presidente Carlos Salinas para renegociar la deuda con cerca de 500 bancos acreedores, y al final de ese sexenio se entregó un país con deuda externa de sólo 16.5 por ciento del PIB y con promedio anual de crecimiento económico de cuatro por ciento.
Xóchitl, Claudia o Marcelo recibirán la banda presidencial que lleva etiquetada una deuda externa cercana a 50 por ciento del PIB, un sexenio con crecimiento económico inferior a 1 por ciento y obras públicas que demandarán subsidios millonarios, igual que la gasolina.
Y requerimientos anuales adicionales por 100 mil millones de pesos para un solo programa social, el de adultos mayores.
Sí, hay que reconocerlo. Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard son unos valientes.
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