Hay una mala lectura de las elecciones de 2021 en la capital de la República que permitió que Omar García Harfuch, un policía de los tiempos de Enrique Peña Nieto, compitiera en las encuestas para definir lo que, a la larga, se convertirá en la candidatura de Morena para la Ciudad de México. La mala lectura es esta: en 2021 se perdieron alcaldías ganadas en 2018 porque la “clase media” salió a votar por el PRIAN. La lectura es equívoca por muchas razones. La primera es que no existe en México una correlación válida entre clase social y partido por el que se vota, y la capital del país no es la excepción. Todo lo contrario: mientras los partidos tradicionales, como el PRD y el PRI se desplomaron en identidad de los votantes, Morena en la Ciudad de México creció y creció: de 2015 en que tenía 15 por ciento, a inicios del 2018 a 33 por ciento y a 42.6 por ciento para julio de ese mismo año. Acción Nacional es el mismo desde 2015: el 16 por ciento de los votantes de la capital. El PRI pasó del 20 por ciento a ocho por ciento y el PRD de 40 por ciento al 10 por ciento y bajando. Es es el desplome de la oposición, no de Morena. No hay un cambio relevante y significativo de los votantes en la Ciudad de México. Así, en el 2021, Morena ganó la mayoría en el Congreso local con 31 de los 33 distritos y 11 de las 16 alcaldías en disputa. Pero hubo toda una campaña de la oposición y sus medios de comunicación para decir que la ciudad se había dividido por clase social y, entonces, se dividía en oriente pobre y morenista y poniente rico y PRIANista. No fue cierto. Lo que realmente sucedió es que determinados distritos salieron a votar en contra de Morena, por el PRIAN, y los distritos morenistas se confiaron en que la ciudad siempre ha sido de izquierda. Estaba la pandemia todavía y el miedo a reunirse, junto con la certeza un poco vanidosa de que la ciudad está siepre ganada por la izquierda, pero todo con una abstención de la izquierda. Pero la izquierda sigue ahí y no necesita de un policía priista para combatir a un PRIAN que sigue sin existir realmente. De qué tamaño fue la confianza o el panico al COVID para no salir a votar en 2021. Veamos. En 2018, tratándose de una elección presidencial, votaron cinco millones 392 mil de chilangos, 70 por ciento de participación. Dos millones 600 mil votos fueron para Claudia Sheinbaum y ganó por la mitad de la votación efectiva. En 2021, votaron tres millones 960 mil de chilangos, casi un millón y medio menos que en el 2018. Sólo 51 por ciento de participación. Morena tuvo un millón menos, pero Acción Nacional medio millón también menos. No es que creciera alguno de los partidos, sino que creció la abstención.
Analizado distrito por distrito, resultó que la Ciudad de México no se dividió en oriente y poniente, sino que en lugares de anti-obradoristas como Polanco y las Lomas de Chapultepec, la participación fue hasta de 80 por ciento, con rangos de “zapato” para Morena. Esos tiempos del “zapato” del PRI volvieron a las zonas que creen en que México es una dictadura castro-chavista-trumpista dominada por algo llamado el Foro de Sao Paulo y que tiene nexos ocultos con los masones, los comunistas de Corea del Norte, y hasta los templarios. Eso fue lo que sucedió: que las zonas panistas fueron muy panistas y las morenistas se quedaron en sus casas. No hubo movilización política en la Ciudad de México y, para colmo, hubo una línea de Ricardo Monreal para apoyar a personajes como Sandra Cuevas en la Alcaldía Cuauhtémoc.
El segundo argumento de por qué es un total disparate que la “clase media” vota por el PRIAN es el estudio que realizó Parametría y que citaré extensamente, con disculpas anticipadas. La encuestadora Parametría ha medido votantes desde hace más de 30 años y jamás ha encontrado una correlación entre clase social, escolaridad, nivel de ingreso y preferencia partidaria en México. Pero para volver a demostrarlo, analizó sus encuestas de salida en 2021 en la Ciudad de México y, por supuesto, volvió a encontrar lo mismo. No existe una identidad de clase y una preferencia partidista. Son tan clase media los votantes de Acción Nacional como los de Morena. Tienen tanta escolaridad los del Acción Nacional como los de Morena. Tienen iguales niveles de ingreso. El asunto es otro y será mi tercer argumento contra una candidatura como la de Harfuch.
Pero veamos lo que concluye Parametría en 2021. Dice: “De los votantes en las elecciones federales del pasado 6 de junio de 2021, tres de cada cuatro votantes se consideran de clase media: sea media-media (37 por ciento) o media-baja (37 por ciento), además de otro cinco por ciento que se considera de clase media alta.” Lo que dice Parametría es que la definición de si el votante es de clase media y sus variantes —baja, media, y alta— se les deja a los propios encuestados, no se les impone por nivel de ingreso o escolaridad. Y sigue diciendo Parametría: “Podemos observar que si bien pareciera que hay un ligero aumento en la probabilidad de voto por el PAN en la clase media-alta (30 por ciento-50 por ciento), este valor es estadísticamente indistinguible dentro de la misma clase social para la coalición de Morena (22 por ciento-42 por ciento), más importante aún, la clase alta presenta los efectos opuestos”. Es decir si del 30 al 50 por ciento que votan PRIAN se autodefinen de “clase media”, también un 22 a 42 por ciento de los que votan por Morena se definen igual. Pero en la clase alta, los valores se invierten y es Morena el que tiene de 30 a 50 por ciento. Es interesante este dato porque nos habla del mito de que las clases altas votan ofendidas porque les dijeron “fifí” en una conferencia mañanera o que los empresarios no están con la 4T que les ha dado ingresos superiores a ningún otro sexenio, incluido el de Salinas. Pero continúa el texto de Parametría: “También es importante remarcar, que si bien la clase media-alta pudiera tener un 10 por ciento más de probabilidad de votar por el PAN, este sector representa sólo el 4.7 por ciento de los votantes”. Así que, como digo, Acción Nacional es el 16 por ciento de la identidad partidaria de la Ciudad de México y puede ganar si el otro 50 por ciento se queda a ver la televisión en domingo de elecciones.
Concluye el estudio sobre 2021 de Parametría. Leo: “Los datos en general parecen mostrar que una mayor escolaridad y un más alto ingreso se traducía en menor voto por Morena, empero al evaluar estadísticamente la significancia de esta tendencia fue posible observar que es espuria. De hecho, los modelos permitieron comprobar que independientemente de la variable utilizada para medir la clase social, objetivo o subjetiva, su efecto sobre el voto por la oposición era nulo”.
Ahora, la pregunta es de: ¿dónde sacan que Omar García Harfuch, jefe de la seguridad en la ciudad, apela al votante prianista de la ciudad o a la que ellos aseguran es “la clase media”? Aquí hay un rosario de estereotipos y lugares comunes que no se corresponden con la realidad. El primer argumento es que, como bajó la inseguridad extraordinariamente en la Ciudad de México, la ciudadanía premiaría a Harfuch por ello. Pero, consistentemente con el discurso del Presidente López Obrador de atender las causas de la inseguridad y no sólo el tema policiaco-judicial, sino en la atención a la desigualdad, a la iluminación, al Sendero Seguro, entonces los capitalinos deberían premiar, también, al Secretario de Bienestar o a los programas sociales únicos en la capital como las becas universales a niños de primaria, el asentamiento en la capital del empleo para los jóvenes, y la captación que hizo la ciudad de las inversiones extranjeras directas, por encima de Guadalajara y Monterrey. Todo eso contribuyó a la baja espectacular de los delitos, pero no es atribuible a Harfuch. Luego viene un ninguneo de las capacidades políticas de la llamada “clase media” cuando se dice —como hizo, por ejemplo, José Cárdenas en su programa de radio— que votarían por él las mujeres, porque es sexi; que lo comparan con Batman; que tiene una simpatía casi tan desbordante como la de Xóchitl Gálvez.
Aquí me detengo en otro capítulo de las encuestas, que es el de qué consideran los chilangos que son los problemas más severos de la Ciudad de México. Y no es, obvio, el narcotráfico ni el ambulantaje, sino el transporte público y el agua. La pobreza y la desigualdad son temas sentidos, al lado del empleo y la inflación. Se necesita, por lo tanto, un proyecto de izquierda que ataque estos problemas que son los de la equidad en la movilidad, en el suministro de servicios públicos, y en el empleo. Hay que decir, que Claudia Sheinbaum se despidió como Jefa de Gobierno con una aprobación de seis de cada 10 habitantes de la ciudad. No fue producto sólo de la baja en la inseguridad ni mucho menos de las labores de la policía y sus detenciones, sino de la estrategia completa de bienestar. Cuando Morena puso en el debate público la pobreza y la desigualdad en la ciudad, entre 2015 y 2018, creció 230 por ciento en identificación de sus votantes. 230 por ciento. No es Batman el que soluciona la desigualdad, es la política pública de López Obrador. Al respecto de su posición de “izquierda” el propio Harfuch ha dicho la ambigüedad más grande en toda la precampaña para la encuesta de Morena en la Ciudad de México. Dijo: “Parte de sumar y de apoyar a la próxima Presidenta de México, considero que es desde la ciudad, la ciudad es muy importante para todo el país, la estabilidad, conservar y aumentar la estabilidad en la ciudad es sumamente importante y por eso decidí participar, creo que puedo aportar muchísimo a la Ciudad de México”.
El petate de la llamada “clase media” es mi último argumento. ¿Qué es la clase media, sino una autodefinición, como la considera Parametría? Mucha gente responde que es de clase media si tiene estabilidad laboral y de ingresos, pero, en cuanto la pierde, ya no se considera así. Hay dos maneras de definirla: el ingreso y lo subjetivo. Por el ingreso, sólo el 12 por ciento del país y la ciudad lo es. Si es por autodefinición, el número ronda el 61 por ciento. Pero ya no estamos hablando de ingreso, sino de confianza en que uno puede consumir lo necesario y un poco más. La definición de no-pobre, sería la que aplica, o pobreza moderada. Pero si vamos a hablar de ingresos, necesitarías ganar 64 mil pesos mensuales para una familia de cuatro integrantes, un salario que gana sólo el 10 por ciento de los mexicanos. No se puede medir una clase social sólo por el nivel de ingreso, sino por todas las condiciones adicionales como la movilidad, los servicios públicos, las horas de ocio y, sobre todo, eso: el tiempo. Si de verdad hacerse prianista para ganar la ciudad tiene un correlato en la realidad, sería ese: estarías apostando por el 10% de los votantes. Eso es asustar con el petate de la “clase media” y descobijar a un movimiento como el obradorista que ha sido claramente de izquierda, preocupado por la desigualdad y la inequidad, desde que López Obrador fue Jefe de Gobierno.
Hay que recordarlo para quienes no vivieron la irradiación que se dejó sentir en todo el país de la izquierda de la Ciudad de México. Hay unas fechas centrales el 26 de abril; el 6 de mayo de 2007; y el 21 de diciembre de 2009 , cuando se aprobó el aborto en la ciudad, se desnudaron 20 mil personas en el Zócalo para ser fotografiadas por Spencer Tunic; y se logró el matrimonio entre las personas del mismo sexo. Esas tres acciones se irradiaron desde la Ciudad de México y constituyen parte de su izquierda humanista, empática, y solidaria. Sin esos rasgos, ni la ciudad ni el país tendría hoy una transformación de lo político. Es la ciudad de las libertades civiles y de género, pero también la de los plebiscitos, las consultas, los presupuestos participativos. Es la del millón de ciudadanos defendiendo a su Jefe de Gobierno electo, Andrés Manuel, contra el Presidente Vicente Fox y sus abogánsters como Macedo de la Concha y Vega Memije, contra la Cámara de Diputados de Beltrones, contra la Suprema Corte de Arturo Azuela, contra Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos. Es por todo lo que hemos pasado, que hoy podemos elegir alcaldes y jefes, jefas, de Gobierno. Porque la sociedad presionó a ello durante décadas de ejercicios democráticos que la autoridad electoral no reconocía. Es la ciudad del terremoto de 1985 y 2017 con sus brigadas de jóvenes y sus albergues. Es la ciudad de las huelgas estudiantiles de 1987 y 1999. La del poderoso movimiento urbano-popular. La del Zócalo de libros y música. Así fue que llegamos a hoy. Dudo mucho que un policía de la Federal Preventiva de García Luna o a nombre de la Gendarmería en las juntas de autoridades para mentirle a la población sobre la desaparición de los 43 normalistas, puedan aplicar como elegible en esta sociedad urbana caótica, festiva, y progresista igualitaria. El o la que llegue a la candidatura tiene que representar a ese movimiento que es obradorista, pero también solidario, estudiantil y urbano-popular. No puede ser que alguien a quien los medios anti-obradoristas llaman “sexi”, “Batman”, o “Guapo”, nos represente. Sería como perder todo lo hecho por ganar un simple cargo de autoridad.
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