Gobernar una ciudad subterránea con la complejidad que muestra el Metro de la Ciudad de México merece algo más que la idea de administrar un transporte colectivo.
El Metro de esta capital, como en muchos lugares del mundo, merece una muy especial atención. Si hablamos sólo del transporte, los datos son sorprendentes. Más de 2 millones de personas viajan por ese medio al día, y para ello se cuenta con 200 trenes que recorren los más de 200 kilómetros que tiene el sistema.
Pero no es sólo eso. En los pasillos de las estaciones se han creado comercios de todo tipo, lo mismo tiendas de ropa que restaurantes de comida rápida; hay vendedores de música, gente que suplica ayuda económica, hombres y mujeres que escogen las vías del Metro para intentar quitarse la vida, ladrones, músicos sin empleo y un etcétera casi sin fin.
Y por si fuera poco, los sindicatos y las organizaciones de comerciantes que reclaman derechos, pero no son capaces de hacer nada para que la vida bajo tierra pueda resultar mucho mejor para todos.
Entonces, no se trata de que un técnico resuelva la complejidad de una ciudad como la de nuestro Metro. Durante muchos años, tal vez por toda su vida, los problemas que han ido en aumento también se han multiplicado, pero las formas de gobierno ahí abajo siguen siendo las mismas que hace medio siglo.
Hoy son innegables los problemas del Metro, saltan a la vista. Aunque resulta muy difícil de entender por qué en los últimos años se han acumulado los accidentes, se debe tener en cuenta que el deterioro por uso y por tiempo que ha sufrido el sistema debe ser muy alto y, al parecer, durante algún tiempo no se cumplieron los protocolos de mantenimiento debidos.
En el accidente del sábado pasado, cuyas causas siguen sin darse a conocer, la voz del conductor, por ejemplo, no se ha escuchado, y lo dicho el mismo sábado por la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, aquello de “habrá justicia”, nos apartan de la idea de un problema puramente técnico y nos llaman a pensar en un asunto doloso.
Tal vez no sea fácil tener los datos concretos de lo que pasó y la tardanza en explicarnos lo sucedido sea sólo por ese motivo. No obstante, hoy más que nunca urge un informe pormenorizado de la situación del Metro y de lo que debe hacerse para impedir tragedias.
A los ojos de todos están los muros fisurados, los cables colgando por las paredes, las fugas de agua constantes y todo eso que impide tener un servicio vacunado, por decirlo de alguna manera, contra los incidentes que provocan tragedias.
En el Metro, los ojos, la sensibilidad y el compromiso de quienes lo han dirigido han fallado. Hay muchas cosas que van más allá de la técnica y de la administración, sin dejar ninguna de lado, que no son ajenas a un buen gobierno.
Repensar el Metro debe considerarse hoy una obligación para la gobernante de la ciudad. Un deber ineludible tendría que ser explicarnos qué está pasando bajo tierra, uno de los lugares con más población de toda la ciudad capital.
Urge, entonces, una salida de emergencia.